Amo los gatos, su independencia, su aparente autosuficiencia
y el maravilloso don de no perder la elegancia y la belleza para buscar cariño
cuando lo necesitan y alejarse “como un gato sin dueño” cuando ya han tenido
suficiente. Debe ser por eso “Balto” que nos entendíamos tan bien. Los gatos de
mi niñez aparecían en mi patio y se quedaban cuando necesitaban calor, comida y
arrumacos, se perdían en agosto, algunos
regresaban con las heridas de guerra de sus batallas nocturnas. Otros no
volvían más, siempre pensé que esos continuaban su viaje por los techos
lluviosos en busca de otro patio que los acogiera.
Tú llegaste para
quedarte. Te sacaron de esa bolsa de plástico con la que quisieron
olvidarte y a punta de jeringa mis hijos
te salvaron para llegar al lado mío y compartir ocho tremendos años.
Junto a mí siempre, incondicional, respetando mis 23 horas diarias de trabajo, el
olor a pintura, los viajes y mis ausencias, mis horas de indiferencia
que terminaban cuando nos topábamos en el mejor momento del día. Cuando
te enfermaste tus ojos me dijeron que tendría que seguir mi camino sin ti, aunque
me enojé contigo pero el respeto entre nosotros siempre fue lo más importante y
además la vida sabe lo que hace.
Y ya estás en otro patio, en un cielo lleno de techos donde
te encontrarás con esos otros que no regresaron nunca. Te echo de menos “espacio
vacío de mi corazón” pero ya nos encontraremos. Duerme tranquilo, descansa que
entre tus sueños se viene el futuro, sabes que cambiar el mundo es duro, por ahora
intentaré seguir ese camino por los dos.
Buen viaje Baltito, gracias y nos vemos pronto.
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