Cuando niño en mi colegio,
un colibrí estalló frente a una de las grandes ventanas de la sala. Era verano
y la luz, el campo, las nubes y las aves eran atrapados por esos gigantes
vidrios. El ave se recompuso en su vuelo e ingresó por una de las ventanas
abiertas. Enloqueció frente a los ojos de los niños presentes. Todos queríamos
cazarlo, de pronto un miedo me fragmentó. Comencé a alejarme. Mi abuela decía
que era mal augurio quedarse cerca o sentir la pluma de un ave tan frágil y
obscena, cambiante en su color, había algo misterioso en el trueno de sus alas,
siendo un ave tan ínfima y femenina. Recordé que les temía a los colibríes, que
le temía a las flores, que les temía a los niños que amaba en esa sala.
Exactamente una semana después, un incendio comenzó desde la sala del séptimo
año, mis cuadernos se quemaron. Años más tarde volví al lugar, había flores y
colibríes muertos cada verano. Vi romperme en las ruinas de vidrios, como el ave arrollada por su
hermosura, un espejismo de amor y rechazo. Así desnudo y obsceno quede en las
muertes que me habitaban.
Perfomance - Texto: Francisco Vargas Huaquimilla (Kutral)
Fotografía: Fernando Lavoz
Fotografía: Fernando Lavoz